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Un viaje conmovedor al extremo sur del mundo. Unos personajes que caminan al límite de su humanidad.
«Thierry –explica Anne-Laure Bondoux acerca del trabajo de T. Murat con Las lágrimas del asesino– estaba preocupado por mi opinión, mi sentimiento y mi criterio, así que me envió regularmente sus dibujos durante los quince o dieciséis meses que duró esta aventura. Cada vez hacía un nuevo descubrimiento, era un regalo. Me gustaba su paleta de colores, el ritmo que había dado a la historia, la expresividad de las caras y de las siluetas, los grandes dibujos sepia, los paisajes perdidos por donde se desplazaban los cielos cambiantes. También, el trabajo que realizó sobre el texto, robándome algunas palabras para intercalarlas con las suyas. El equilibrio me pareció preciso: oía mi voz, pero se había convertido en la suya, y la historia había crecido, se había enriquecido».